¡AYUDEMOSLES!

Muchos animales son abandonados todos los años. Se merecen una segunda oportunidad.

Nuestro refugio

Nuestra labor es tratar de encontrarles un hogar, para aquellos que no han tenido suerte.

ADOPTAR UN PERRO

Son muy agradecidos, no hace falta que sean los más bonitos del mundo en cuanto apariencia, lo mejor está en su corazón fiel.

ADOPCIONES

En la adopción está su salvación. Con nuestro esfuerzo, más de 200 perros son adoptados de nuestro refugio, algo que no es fácil.

Cita de Mahatma Gandhi

La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la manera en que ellos tratan a sus animales.

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domingo, 29 de junio de 2008

Adoptados: Canela, Chencho, Manel, Mely y Oliva.

Canela, cariñosa y juguetona

Checho, le encanta que le hagan cariños

Manel, alegre y divertido.

Mely, viejita, sin apenas dientes y tristona,
esperemos que pase feliz sus últimos tiempos.

Oliva, ha crecido mucho desde que hicimos
esta foto hace ya un mes aproximadamente.

sábado, 21 de junio de 2008

Arte de matar.

ANTONIO MUÑOZ MOLINA 14/06/2008

Cuando yo tenía seis o siete años mi padre me llevó una vez a una corrida de toros. A él le gustaban mucho y le ilusionaba transmitir a su hijo esa afición. Se acordaba siempre de la tarde de agosto en que alguien bajó por la vereda de la huerta en la que trabajaba y le dijo llorando que un toro acababa de matar a Manolete, muy cerca, en la plaza de Linares. Manolete era para ellos un héroe y también una persona muy próxima. Más aún lo fue veinte años después otro matador de éxito más bien pasajero, Carnicerito de Úbeda. No sólo era de nuestra misma ciudad: su padre, de quien le venía el sobrenombre, tenía un puesto en el mercado justo enfrente del mío. De pronto ese niño al que mi padre había visto crecer era una figura del toreo que llenaba las plazas y aparecía a página entera en aquella revista taurina que se llamaba Dígame. Era, literalmente, uno de nosotros, e incluso los niños nos enorgullecíamos de que hubiera nacido en nuestra ciudad y celebrábamos su éxito. Algunas veces lo veíamos pasar en un Mercedes blanco.
Con los años, la corrida a la que me había llevado mi padre sólo fue un recuerdo vago de aburrimiento y disgusto. Él, sin embargo, se acordaba muy bien, con esa buena memoria para las desilusiones y los agravios menores que tienen en común los padres y los hijos. Mi padre se acordaba de que a los pocos minutos de empezar la corrida yo ya estaba preguntándole cuánto quedaba para que terminara. "¿Por qué toro van ya?". Imaginaría, con razón, que mi desinterés en los toros era otro signo de mi discordia inexplicable hacia las cosas que a él más le gustaban, las que constituían su mundo, las que yo hubiera debido aprender de él como él las aprendió antes de su padre: el campo, los animales, la hermosa agitación del mercado de abastos, las canciones flamencas que sonaban siempre en la radio. Ése era el mundo de la gente trabajadora campesina: nuestros padres estaban seguros de pertenecer a él de la misma manera visceral en que muchos de nosotros queríamos abandonarlo. No era ni el paraíso que inventa luego la nostalgia ni la cultura inmemorial y a ser posible inalterada que tanto gusta a los antropólogos y a los fabricantes de raíces vernáculas: el mundo de los campesinos pobres españoles de los años cincuenta y sesenta era el paisaje de ruinas posterior a la Guerra Civil, y su apariencia de perduración el resultado de un retroceso traído por la victoria militar de las clases sociales más retrógradas y de sus aliados eclesiásticos.

En esa aspereza sin demasiados horizontes la afición a los toros deparaba a nuestros mayores una emoción estética y la ocasión de admirar el triunfo de alguien salido de su misma clase. Raramente advertirían la brutalidad de un espectáculo sanguinario quienes la experimentaban a diario en sus propias vidas. Nosotros, los hijos de aquella gente, crecimos en el mundo que ellos habían hecho posible con su trabajo sin recompensa, y fue precisamente lo que ellos nos dieron lo que alimentó nuestra vocación de lejanía. Porque nuestra vida era mejor y más ancha de posibilidades ya no nos gustaba lo mismo que a ellos. De muy niños nos habíamos retorcido de risa viendo correr delante de un novillo a los enanos de la troupe del Bombero Torero; incluso, aunque a veces se nos partiera el corazón de lástima, no nos habíamos rebelado contra el trato brutal que recibían los más indefensos, los tontos a los que perseguían a pedradas adolescentes feroces, los perros enganchados a los que alguna mala bestia separaba con una navaja.
En esa España chillona retrógrada que se nos volvía afortunadamente tan ajena estaban incluidos los toros, a veces sólo por razones estéticas, antes de que empezáramos a tener alguna sensibilidad hacia el sufrimiento de los animales. Los pasodobles, las monteras, los trajes de luces, la grosera simbología de la sangre, la arena, la cornamenta, la espada. Era la España negra: la de los lugares comunes baratos del turismo, la de la intelectualidad extranjera que fingía apreciar nuestro exotismo y al mismo tiempo nos miraba de arriba abajo, brutos domados por un dictador y tan prisioneros de sus pasiones y sus rituales que no podían entrar seriamente en el mundo moderno.

Creíamos que la libertad, al ventilarnos el país, iría despejando toda esa panoplia de espectros; que el ejemplo de nuestra democracia y la riqueza de nuestra mejor tradición ilustrada disiparían poco a poco en el mundo la fama negra de España. Quién nos iba a vaticinar que bien entrado el nuevo siglo todo aquello que nos repugnaba por pertenecer a los peores residuos del pasado regresaría convertido en modernidad, incluso en sofisticación. Una mezcla letal de ignorancia, penuria cívica y especulación urbana se ha llevado por delante muchos de nuestros paisajes más hermosos y destruido para siempre el legado de nuestra arquitectura popular: del pasado ahora lo único que queda, lo que se celebra, lo que se conmemora, es lo más retrógrado, ahora convertido en cool, elevado a la categoría inatacable de cultura autóctona, incluso de arte de vanguardia.

Puedo comprender que mi padre se conmoviera viendo una corrida de toros: ahora veo la foto de un torero en la primera página de los periódicos más serios, leo los ríos de prosa artístico-taurina que vuelven a derramarse, y siento vergüenza de mi país, y un aburrimiento sin límites. Ya sé que en España la defensa del trato digno hacia los animales merece el mismo escarnio que se reservaba hace un siglo para las sufragistas. ¿Realmente hay mucha nobleza en el espectáculo de atormentar a un animal y de acabar con él no en ese instante de arte supremo que tanta emoción provoca entre los intelectuales de mi época, sino, como suele ocurrir, después de una repulsiva sucesión de torpes estocadas? Mentes selectas han decidido que las corridas de toros son alta cultura: no deberá extrañarnos que fuera de nuestro país mucha gente siga pensando que toda nuestra cultura son las corridas de toros. Si yo fuera pintor español, incluso si fuera pintor español aficionado a los toros, me causaría cierta desolación que el único artista español digno de la atención del crítico estrella del New York Times sea el torero José Tomás. Leo también, desde lejos, que además de artista José Tomás es poeta. Y no puedo menos que pensar en la vieja tradición de literatos caprichosos dedicados a llenarle la cabeza de pájaros a algunos toreros que tal vez se dedicaron a ese oficio por la simple razón de que les ofrecía la posibilidad de no morirse de hambre. El Llanto por Ignacio Sánchez Mejías es un gran poema, desde luego. Pero no sé si compensa las toneladas de lirismo taurino tan pegajoso como pringue de chorizo que han vuelto a inundar los periódicos, justo cuando los toros, por fin, se van convirtiendo de verdad, para la mayor parte de la ciudadanía, en una penosa antigualla que sólo sobrevive gracias a la subvención, como cualquier otra de nuestras identidades ancestrales.

miércoles, 4 de junio de 2008

¿Como puede un ratón ayudar un perro abandonado?






Este año, desde nuestra protectora hemos decidido participar en una campaña solidaria que nos ha parecido muy interesante y que tuvo un notable éxito en su edición anterior de 2007. Os animamos a participar en esta iniciativa solidaria, cuantos más clicks recibamos mejor para nuestros perros, ya que recibiremos más collares contra parásitos. Es muy sencillo y no tiene coste alguno para ti.

Con la pregunta "¿Sabes cómo puede un ratón ayudar a un perro abandonado?", el portal solidario 'acogelos.org' y la empresa de collares Scalibor consiguieron el año pasado que más de 20.000 personas colaborasen a través de internet en la donación de collares antiparasitarios para perros abandonados, motivo por el que en 2008, la campaña vuelve a la red.

La campaña, que se prolongará hasta septiembre, busca, por ello reunir collares antiparasitos para los animales acogidos en 26 de las más de 110 casas y centros de acogida, refugios y albergues de toda España presentes en la red acogelos.org, que, según la organización, trabajan en condiciones de "absoluta precariedad".

El objetivo marcado por acogelos.org y Scalibor para la nueva campaña de este año es que cada participante aporte su granito de arena, destinando su donación a los centros y refugios de su elección, quizás a los más próximos a su municipio o ciudad. Con este enfoque más local, pretenden acercar a mucha gente a la triste realidad que sufren miles de mascotas en espera de un dueño que los adopte, ya que cada año en España se abandonan más de 200.000 animales de compañía, muchos de los cuales, dada su imposibilidad para sobrevivir fuera del ambiente familiar en el que han vivido, terminan falleciendo en las calles y parques de las ciudades de malnutrición, palizas, atropellos,

Podéis acceder a la campaña a través de la página web de acogelos.org

Sobre acogelos.org

Es un portal especializado en la difusión para la adopción de aquellos animales que han sido víctimas del abandono en España y han ido a parar a protectoras, centros y albergues.

A día de hoy, acogelos.org facilita la comunicación entre las personas interesadas en adoptar animales abandonados y más de 110 casas y centros de acogida, refugios y albergues repartidos por todo el territorio nacional. Nació bajo el lema “Un hogar para cada animal abandonado” y tiene como principal objetivo combatir la falta de información que sufre la sociedad española en lo referente al abandono de animales de compañía.

Acogelos.org fue creado en 2004 por la Asociación para el Fomento de la Adopción de Animales de Compañía Abandonados (ASOFACA) con objeto de promover y fomentar la adopción de animales abandonados utilizando Internet como medio, y cuenta con el patrocinio de la Fundación Affinity y de Scalibor. ASOFACA es una asociación sin ánimo de lucro.
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domingo, 1 de junio de 2008

Adoptados: Susi, Pelayo y Pascal

Susi, una pequeñaja un poco temerosa al principio, Pelayo, un grandullón agradecido, y Pascal, un podenquito simpático, cariñoso y confiado ya tienen un nuevo hogar.

Susi

Pelayo, el grandullón

Pascal, cuando llegó al refugio.